Los países de todo el mundo están anunciando planes agresivos contra el cambio climático. Además de entusiasmo, la transición energética resultante de dichos planes ha generado inversiones significativas en vehículos eléctricos ya que se considera que su papel es crucial en la reducción de la contaminación y de nuestra dependencia del petróleo.
Ciertamente, parte de apetito por el petróleo proviene de los coches. Los vehículos de pasajeros representan el 25% de la demanda mundial de petróleo - o 25 millones de barriles por día (bpd). Así que los vehículos eléctricos tienen un papel que desempeñar en su reducción. Sin embargo, probablemente serán necesarias décadas para eliminar la flota mundial de vehículos con motores de combustión interna (ICE). Actualmente hay más de 1.400 millones de vehículos ICE en el planeta, y las compras anuales ascienden a unos 100 millones de nuevas unidades.1

Sin duda, los gobiernos pueden tomar medidas para incentivar la adopción de los vehículos eléctricos, y hace tiempo que lo desean. En 2009, el gobierno de Obama puso en marcha el programa "dinero por chatarra", que proporcionó entre 3.500 y 4.500 dólares para cambiar un automóvil más antiguo y de menor consumo de combustible por uno nuevo de mayor eficiencia. Este programa resultó ser tan popular que su financiación tuvo que triplicarse hasta llegar a casi 3.000 millones de dólares. Medidas similares podrían ayudar a acelerar la transición a los vehículos eléctricos, pero los planes de incentivos actuales son desiguales: Alemania ofrece 9.000 euros, Estados Unidos 7.500 dólares para los primeros 200.000 modelos vendidos, mientras que China ha reducido recientemente los incentivos. Se necesitará mucho más para alentar su adopción generalizada, sobre todo teniendo en cuenta su relativamente alto precio.

Por todo esto, pensamos que la capacidad de los vehículos eléctricos de impactar en la demanda de petróleo será limitada a corto plazo. Un estudio de la Universidad de Columbia de 2019 sobre todas las proyecciones de vehículos eléctricos disponibles concluyen que su adopción causará una disminución de la demanda de petróleo de menos de 5 millones de barriles diarios para 2040.2 Así que aunque estos nuevos vehículos son importantes, no van a erradicar nuestra dependencia del petróleo en un futuro próximo. También tienen sus propios costes ambientales, tanto en la generación de electricidad como en la extensa minería requerida para construirlos.

Aparte de los coches, el petróleo está presente en nuestras vidas de muchas maneras. Los petroquímicos - la base de los plásticos y de muchos otros materiales cotidianos - representan 12 millones de barriles diarios, y la aviación y el transporte marítimo otros 12 millones barriles al día. El transporte por carretera utiliza 17 millones, la energía 5 millones y los edificios 8 millones. Mientras tanto, los usos industriales representan 6 millones, y la combinación de otros usos más pequeños representa otros 17 millones.3 Así que para que la demanda de petróleo caiga a cero, tendríamos que librar a la Tierra no sólo de todos los coches de combustión interna, sino también de los camiones, barcos, aviones y un sinfín de aplicaciones industriales y petroquímicas.

No vamos a poder dejar de usar el petróleo por completo en los próximos 40 años; pero ello no debería impedirnos tomar medidas para reducir su uso donde podamos. De hecho, deberíamos pensar muy cuidadosamente en las decisiones de inversión que tomamos con respecto a la energía.

El tema a largo plazo de asignar capital a las energías renovables a expensas del petróleo y el gas es clave y está relacionado con los importantes objetivos climáticos señalados anteriormente. Este tema se ha visto alentado por el bajo rendimiento de las reservas de energía en los últimos años. Pero, ¿se ha vuelto menos rentable la inversión en energía por parte de las empresas del sector porque las renovables están reduciendo la demanda de petróleo y gas?

En una palabra, no. Entre 2011 y 2019, la demanda mundial de petróleo creció a una tasa constante de 1-1,5%. Así que debemos buscar en otra parte la causa del bajo retorno del sector. La respuesta está en el ciclo de capital “de auge y caída” que ha impulsado la oferta de petróleo desde 1859, cuando se vendió el primer barril de petróleo.

En 2008, cuando el petróleo se vendía a 120 dólares por barril y los tipos de interés estaban bajando, el capital se destinaba a un nuevo avance tecnológico: el petróleo de esquisto (shale) de EE.UU. Pero como en muchos booms de inversión, se asignó demasiado dinero, por lo que estas inversiones sembraron las semillas de su propia desaparición.

Recientemente, los productores de petróleo se han centrado en la generación de flujo de efectivo libre y de beneficios en lugar de en el crecimiento de la producción a cualquier coste. Esta disciplina de capital junto con el sentimiento negativo de los inversores marca el mínimo de un ciclo de inversión, no el máximo.

Aunque debido a la falta de demanda generada por el virus, la OPEP y Rusia siguen teniendo un gran suministro de petróleo sin usar, también es cierto que la industria petrolera se ha caracterizado en los dos últimos años por una inversión insuficiente en nuevos proyectos de capital. Una vez que el suministro de petróleo se haya reducido, los productores que puedan sobrevivir a esta crisis comenzarán a aumentar sus beneficios.

Las preocupaciones medioambientales ocupan el núcleo de nuestro pensamiento de inversión. La clave radica en un análisis reflexivo sobre el camino que está llevando la transición energética. Como parte de este análisis debemos separar el ciclo de inversión "normal" de auge y caída de las tendencias a largo plazo y de las implicaciones de la transición energética. Los vehículos eléctricos podrían ser un capítulo del libro sobre la eventual desaparición de la industria petrolera, pero no protagonizarían toda la historia. La industria petrolera seguirá siendo una parte vital y necesaria de la economía mundial durante las próximas décadas.